La sastrería del pueblo
Por: Angela Romero Zeballos
En el país del sol naciente existe una región recubierta de
belleza sin precedentes, tanto en los paisajes como en los seres que en ellos
habitan. Cada primavera, los árboles de cerezo coquetean con la brisa en sus
túnicas rosas como los atardeceres de otoño, los inviernos abrazan a todos con
su mullido manto de escarcha y las personas se regocijan en su honesto trabajo
y en sanas diversiones. La vida transcurre de manera sosegada entre campos de
cultivo y silenciosos templos, sin alteraciones en la ancestral rutina
comunitaria, siendo los altercados prácticamente nulos. Se podría decir que
todos son felices.
En esta comunidad existía un anciano sastre, hábil como
ningún otro y querido y respetado por todos los que lo conocían. Al morir me
dejó de herencia- al ser su única hija- su reputada sastrería. Y no es por presumir, pero creo que he hecho
un espléndido trabajo honrando su nombre. Las personas me recomiendan como una
joven de carácter dulce y habilidades finas. Nuestra sastrería es conocida
incluso en pueblos de la periferia, y varios señores y señoras de reinos
vecinos me confían las más bellas prendas que he visto en mi vida para que las
repare o las haga más hermosas aún. Vivo tranquila, y se podría decir que soy
feliz.
Solo hay una cosa que me impide ser totalmente dichosa: el
hombre al que yo amo tiene hacia mí la más desleal de las actitudes. A pesar de
que tiene a alguien como yo esperándolo aquí, nunca viene a casa. Pero no
importa, mi amor por él ha superado muchas pruebas antes, y sé que tarde o
temprano recapacitará y regresará a mí. Hasta entonces, solo me queda esperarlo
pacientemente y continuar trabajando. Hoy el kimono que se me confió es de un delicado
rosa, y se me pidió alargarle las mangas. Las tijeras que siempre uso me las
regaló mi madre. Si la afilas con cuidado, cortan realmente bien.
Hoy el pueblo está en calma como siempre. La gente realiza
sus actividades alegremente, y los amables saludos que recibo de todos mis
conocidos me llenan de energía para iniciar el día. Estaba dirigiéndome a la
casa de una anciana que me pidió reparar una rasgadura en un mantel, cuando lo
vi. ¿Quién demonios está junto a él? Una bella mujer que lo toma de la mano y
se sonroja coquetamente. Está usando un muy bien hecho kimono rojo, y debo
admitir que le queda espléndidamente. Él se veía muy a gusto con ella, y la
abrazaba cariñosamente por la espalda. No pude soportar aquel horrendo
espectáculo y salí corriendo.
Pero debo perseverar en mi trabajo; la paciencia es la
clave. Sostengo las tijeras en mi mano temblorosa y comienzo a dividir la tela,
mientras lágrimas calientes y dolorosas resbalan por mis mejillas. Hoy la tela
es de un carmesí brillante.
Hoy, por alguna razón, la atmósfera del pueblo se siente
pesada; la gente tiene expresiones de perplejidad y angustia. Al parecer se ha
cometido algún crimen. Eso me inquieta y me llena de miedo; me estaba acercando
a una amiga mía a preguntar por los detalles cuando lo vi. Estaba frente a una
tienda y se le veía algo decaído. ¿Quién es ésa que lo acompaña? Una muchacha
con un largo y hermoso cabello lo consuela, lo abraza y parece decirle algo que
le levanta el ánimo. Su cintura es delicadamente apresada por un obi verde
brillante que resalta su piel pálida. Ah, supongo que ese tipo de chicas te
gustan, ¿No?
Sin embargo, no debo descuidar mi oficio. Levanto las
tijeras de la mesa e inicio con el trabajo, mientras mis ojos rojos comienzan a
hincharse. La tela de hoy tiene el color de los árboles henchidos de primavera.
La ciudad, el día de hoy, es
un hervidero de caos. Las personas corren apresuradas de un lado para el
otro, llevando y trayendo escalofriantes nuevas: otro crimen ha sucedido.
Decidí regresar a mi casa y cerrar la tienda por hoy, presa del más terrible de
los pánicos. Estaba a punto de cruzar el puente que lleva a mi casa, cuando lo
vi. Estaba sacando algo de un paquetito de papel. ¿Quién lo acompaña esta vez?
Es una muchacha muy joven, casi una niña, a la que le da el contenido del
paquete: Una horquilla dorada. Ella lo abraza y se la pone inmediatamente:
contrasta perfectamente con su cabello color chocolate. ¡¿Qué demonios cree que
está haciendo?! ¡Realmente no tiene límites!
Pero la desesperación no debe hacer de mí su presa. Trato de
tranquilizarme mientras alzo las tijeras del suelo. Esperen… ¿Fueron siempre de
este color? No importa, cortan igual que siempre. Hoy también me esfuerzo
trabajando.
Y, finalmente, he terminado mi trabajo. Dejo las tijeras en
la mesa y dejo escapar un suspiro. Mis manos me duelen y mis ojos siguen
hinchados, pero no tiene importancia.
Si no vas a venir a verme…
Yo iré hacia ti.
El kimono rojo, el obi verde. Arreglo mi pelo con la
horquilla dorada. Me he convertido en la mujer de tus sueños ¿No? ¿Acaso no soy
preciosa?
Hoy el pueblo está envuelto en el escándalo y el pánico.
Parece que, esta vez, asesinaron a un hombre. Pero, dejando eso de lado, ¿sabes?
Él es terriblemente cruel. “Buenos días, un gusto conocerla” fue lo que me dijo
cuando lo visité ayer. Era como si no me conociera. Como si fuéramos extraños.
No obstante, no debo dejar que interfiera con mi trabajo.
Sostengo firmemente mis tijeras en una mano y empiezo a dividir la tela. Estas
tijeras tan útiles han sido teñidas de rojo. Si las afilas con cuidado, cortan
realmente bien.