jueves, 28 de abril de 2016

Artículo de Opinión

La sastrería del pueblo

Por: Angela Romero Zeballos

En el país del sol naciente existe una región recubierta de belleza sin precedentes, tanto en los paisajes como en los seres que en ellos habitan. Cada primavera, los árboles de cerezo coquetean con la brisa en sus túnicas rosas como los atardeceres de otoño, los inviernos abrazan a todos con su mullido manto de escarcha y las personas se regocijan en su honesto trabajo y en sanas diversiones. La vida transcurre de manera sosegada entre campos de cultivo y silenciosos templos, sin alteraciones en la ancestral rutina comunitaria, siendo los altercados prácticamente nulos. Se podría decir que todos son felices.
En esta comunidad existía un anciano sastre, hábil como ningún otro y querido y respetado por todos los que lo conocían. Al morir me dejó de herencia- al ser su única hija- su reputada sastrería.  Y no es por presumir, pero creo que he hecho un espléndido trabajo honrando su nombre. Las personas me recomiendan como una joven de carácter dulce y habilidades finas. Nuestra sastrería es conocida incluso en pueblos de la periferia, y varios señores y señoras de reinos vecinos me confían las más bellas prendas que he visto en mi vida para que las repare o las haga más hermosas aún. Vivo tranquila, y se podría decir que soy feliz.
Solo hay una cosa que me impide ser totalmente dichosa: el hombre al que yo amo tiene hacia mí la más desleal de las actitudes. A pesar de que tiene a alguien como yo esperándolo aquí, nunca viene a casa. Pero no importa, mi amor por él ha superado muchas pruebas antes, y sé que tarde o temprano recapacitará y regresará a mí. Hasta entonces, solo me queda esperarlo pacientemente y continuar trabajando. Hoy el kimono que se me confió es de un delicado rosa, y se me pidió alargarle las mangas. Las tijeras que siempre uso me las regaló mi madre. Si la afilas con cuidado, cortan realmente bien.
Hoy el pueblo está en calma como siempre. La gente realiza sus actividades alegremente, y los amables saludos que recibo de todos mis conocidos me llenan de energía para iniciar el día. Estaba dirigiéndome a la casa de una anciana que me pidió reparar una rasgadura en un mantel, cuando lo vi. ¿Quién demonios está junto a él? Una bella mujer que lo toma de la mano y se sonroja coquetamente. Está usando un muy bien hecho kimono rojo, y debo admitir que le queda espléndidamente. Él se veía muy a gusto con ella, y la abrazaba cariñosamente por la espalda. No pude soportar aquel horrendo espectáculo y salí corriendo.
Pero debo perseverar en mi trabajo; la paciencia es la clave. Sostengo las tijeras en mi mano temblorosa y comienzo a dividir la tela, mientras lágrimas calientes y dolorosas resbalan por mis mejillas. Hoy la tela es de un carmesí brillante.
Hoy, por alguna razón, la atmósfera del pueblo se siente pesada; la gente tiene expresiones de perplejidad y angustia. Al parecer se ha cometido algún crimen. Eso me inquieta y me llena de miedo; me estaba acercando a una amiga mía a preguntar por los detalles cuando lo vi. Estaba frente a una tienda y se le veía algo decaído. ¿Quién es ésa que lo acompaña? Una muchacha con un largo y hermoso cabello lo consuela, lo abraza y parece decirle algo que le levanta el ánimo. Su cintura es delicadamente apresada por un obi verde brillante que resalta su piel pálida. Ah, supongo que ese tipo de chicas te gustan, ¿No?
Sin embargo, no debo descuidar mi oficio. Levanto las tijeras de la mesa e inicio con el trabajo, mientras mis ojos rojos comienzan a hincharse. La tela de hoy tiene el color de los árboles henchidos de primavera.
La ciudad, el día de hoy, es  un hervidero de caos. Las personas corren apresuradas de un lado para el otro, llevando y trayendo escalofriantes nuevas: otro crimen ha sucedido. Decidí regresar a mi casa y cerrar la tienda por hoy, presa del más terrible de los pánicos. Estaba a punto de cruzar el puente que lleva a mi casa, cuando lo vi. Estaba sacando algo de un paquetito de papel. ¿Quién lo acompaña esta vez? Es una muchacha muy joven, casi una niña, a la que le da el contenido del paquete: Una horquilla dorada. Ella lo abraza y se la pone inmediatamente: contrasta perfectamente con su cabello color chocolate. ¡¿Qué demonios cree que está haciendo?! ¡Realmente no tiene límites!
Pero la desesperación no debe hacer de mí su presa. Trato de tranquilizarme mientras alzo las tijeras del suelo. Esperen… ¿Fueron siempre de este color? No importa, cortan igual que siempre. Hoy también me esfuerzo trabajando.
Y, finalmente, he terminado mi trabajo. Dejo las tijeras en la mesa y dejo escapar un suspiro. Mis manos me duelen y mis ojos siguen hinchados, pero no tiene importancia.
Si no vas a venir a verme…
Yo iré hacia ti.
El kimono rojo, el obi verde. Arreglo mi pelo con la horquilla dorada. Me he convertido en la mujer de tus sueños ¿No? ¿Acaso no soy preciosa?
Hoy el pueblo está envuelto en el escándalo y el pánico. Parece que, esta vez, asesinaron a un hombre. Pero, dejando eso de lado, ¿sabes? Él es terriblemente cruel. “Buenos días, un gusto conocerla” fue lo que me dijo cuando lo visité ayer. Era como si no me conociera. Como si fuéramos extraños.
No obstante, no debo dejar que interfiera con mi trabajo. Sostengo firmemente mis tijeras en una mano y empiezo a dividir la tela. Estas tijeras tan útiles han sido teñidas de rojo. Si las afilas con cuidado, cortan realmente bien.

Taller de Comunicación 



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