¿Me escuchas ahora?
Por: Angela Romero Zeballos
Una bufanda roja flamea en el
viento gélido de la noche; una lechuza hace brillar sus ojos desde las sombras.
Una sonrisa de dientes inmaculados y perfectamente rectos atraviesa toda la faz
de la oscuridad. Los faroles titilan y la lechuza hecha a volar.
Los pasos que da son tranquilos y
hasta rítmicos. Un, dos, un, dos…parece el suave cantar de los cascos de un
caballo. Las suelas hieren el camino de piedra, que aparecen de un color
plateado bajo la luz de la luna. La sonrisa parece irradiar luz propia, dejando
poco a poco distinguir dos pequeños puntos danzantes: ojos negros como la misma
noche que, sin embargo, parecen reflejar el sol de verano o las llamas del
infierno. Los pasos continúan, y a medida que te vas acostumbrando a la
oscuridad, los rasgos se hacen más notorios. Una nariz alta, afilada y
arrogante, escoltada por los pómulos más blancos que existen.
Notas algo que te hace sentir un
escalofrío reptar por tu espalda: Sus pasos mecen suavemente su cuerpo y hacen
bailar la bufanda…pero su cabeza permanece inmóvil. Pareciera flotar sobre su
cuerpo en movimiento; se mantiene estática con la cada vez más amplia sonrisa
como baluarte. Sonríes, y el escalofrío parece acariciarte el cuello con sus
garras heladas.
Es hermoso, piensas, y su cráneo
alargado nace a la luz de la luna, sin un solo cabello en la tersa y brillante
piel color hueso. Es hermoso, te repites, y sientes que una parte de ti
quisiera derretirse en aquellas brasas que son sus pupilas. Los pasos se
acercan cada vez más; podrías contar cuántos dientes perlados hay en cada lado
de la simétrica y espantosa sonrisa. La bufanda serpentea en su cuello, y
parece tener vida propia al ser sacudida por el viento.
Tratas de grabar ese color en tu
mente, quemarlo permanentemente en tus pupilas para que quede tan vívido como
la sangre que llevas en las venas. Como la sangre que viste tintar sus nudillos
de alabastro en tu primer encuentro con él. Los cabellos de tu nuca se erizan
con los recuerdos, y tus mejillas con cortadas por el viento helado. La luna
ahora parece la cuchilla con que atravesó la tierna carne de un cuello mortal
para beber de aquella ambrosía carmesí que pareció ser absorbida por sus ojos.
La luna sube hasta su punto álgido;
se detiene con los pasos en las tinieblas. Te estremeces de anticipación cuando
ves salir aquellas delgadísimas manos de los bolsillos negros, que se dirigen
prestamente a domar la bufanda. La sonrisa llega también a su diámetro máximo,
y el tiempo parece detenerse.
Y canta.
Un sonido que nunca en tu vida
podrás comparar con otro. Es un zumbido, un grito, un murmullo. Una onda. Una
palabra. Perfora dolorosa y placenteramente tus oídos, llevándote a un éxtasis
que aprisiona tu mente y altera tus sentidos. Una sola nota, la más aguda
existente, que corta hábilmente el aire y lo moldea con sus vibraciones.
Empiezas a temblar y sientes tus tímpanos palpitar desesperadamente, buscando
alivio de aquella tortura. Pero tu cuerpo tan solo no te obedece, sólo se
somete a aquella misteriosa existencia frente a ti. Una, otra y otra vez, la
única nota penetra en tus mismos huesos y parece poder hacerte trizas en
cualquier momento.
Y luego…silencio. En aquella
bruma en la que te encuentras, en la que sólo permanece flotando aquella voz
sobrenatural, puedes distinguir y-no sabes por qué-hasta oír la sonrisa. Tus
ojos ya no ven más que a la roja bufanda; te declaras totalmente dichoso.
Esperas, expectante, sentir
aquellos delicados dedos aprisionar tu cuello. Deseas ver a aquellos
inexistentes labios esbozando la eterna sonrisa que se ha adueñado de tus
sueños. La dulce muerte a manos de un dios o un demonio, tal vez ambos.
Mas tras parpadear regresas a la
noche. Caes de rodillas, y sientes algo caliente correr por tus mejillas.
¿Lágrimas? No. Carmesí.
Y lo último que escuchas es:
“Estoy detrás de ti”
Taller de Comunicación
Buen trabajo, Angela
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